Piedra libre para Torre Nilsson, el director de cine más taquillero de los años '70

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El 5 de mayo de 2024 Leopoldo Torre Nilsson cumpliría 100 años. Una encuesta entre las últimas cunas de la generación Z y las posteriores de la actual generación Alfa arrojaría

un dato decepcionante, que empeora aún más en la era Milei: casi todos -e incluso los aspirantes a futuros cineastas-, ignoran quién fue ese totem del cine nacional, venerado en los sets de filmación, creador de algunas de las películas más taquilleras de nuestra historia y famoso incluso entre los chicos de guardapolvo blanco.

Encriptado siempre al reparo de sus anteojos oscuros, pocos lo conocieron realmente y en nadie cuadraba mejor la concepción fenomenológica del conocimiento: el todo es la suma de las percepciones parciales.

Una semblanza, empero, debe comenzar en alguna parte y un buen principio sería recordar que Torre Nilsson fue quien primero intentó que el cine nacional expresara la compleja identidad social de los argentinos y, con eso, hacerlo famoso en los festivales internacionales: Cannes, Venecia, Berlín, Santa Margherite-Ligure, Río de Janeiro, San Pablo y tantos otros en los que a veces él mismo era un integrante del jurado.

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Wikipedia debería enlistar más de 40 producciones, direcciones y libros cinematográficos, pero por escasez de detalles se quedaría corta. Su propia huella cinematográfica no puede comprenderse sin echar un ojo a la de su propio padre, otro cineasta de peso y grandes títulos, diametralmente opuestos (el carácter) y a la vez tan iguales (la ludopatía, las mujeres, y –sí- también el carácter).
Con él, su padre, Leopoldo Torres Ríos, y con otros (Luis Moglia Barth, Armando Bo, etc) su curriculum sumó 18 películas-escuela, en las que Bubsy (dígase “Babsy”, como lo llamaban los próximos) fue asistente de dirección, guionista o codirector antes de lanzarse como marca.

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Leopoldo Torre Nilsson, el director de cine que logró que Europa nos aplaudiera de pie

La de Leopoldo Torre Nilsson fue una filmografía tan prolífica como divergente, amalgamada en una treintena de títulos, si solo se del rubro Dirección con sello propio. Semejante abanico variopinto atravesó diferentes presidencias, políticas públicas y censuras. Entre recelos y admiración, incluso sus más recónditos adversarios no pudieron negarle su garra para poner punto final a la industria edulcorada de las décadas que lo precedieron y el empuje para lograr una ley de cine que beneficiara la producción con un sello más genuino.

Antiperonista a ultranza (su archienemigo fue el subsecretario de prensa de Perón, Raùl Alejandro Apold), Torre Nilsson no dejaba de reconocer fuerza y belleza en algunos pares de su primera hora: Daniel Tinayre, Hugo del Carril, Lucas Demare. Como el de ellos, su cine se ahogaba y necesitaba salir a la calle. Eran los tiempos del neorrealismo italiano y asomaba la nouvelle vague francesa.
Leopoldo Torre Nilsson, descubridor de talentos

Con El crimen de Oribe y Días de odio, llevó por primera vez a la pantalla grande las plumas de Adolfo Bioy Casares (El perjurio en la nieve) y Jorge Luis Borges (Emma Zunz), respectivamente.

En 1956, La casa del ángel oficializó su matrimonio artístico y personal con Beatriz Guido, hija del creador del Monumento a la Bandera, una relación que no pasó por el registro civil, pero que se prolongaría hasta que la muerte los hubiere separado.

En La casa del ángel, que salió de la prodigiosa imaginación de Beatriz Guido, dejó boquiabiertos a los críticos de arte, al imponer un nuevo prototipo de figura femenina que viraba 360 grados las propuestas vigentes. La prestigiosa publicación francesa Cahiers du Cinéma -de André Bazin- que sòlo parecía tener ojos para François Truffaut y otros rebeldes- la consideró “una de las mejores películas de su tiempo”. Y el historiador del séptimo arte más respetado del siglo XX, Georges Sadoul, le decía a las delegaciones argentinas: "¿ustedes tienen un [Ingmar] Bergman!

Con él quedaban atrás los pasos de comedia de Niní Marshal, las mojigaterías de las hermanas Legrand, el rostro inmaculado de Delia Garcés y las caídas de ojos de Amelia Bence. La nueva mujer del cine argentino debía ser bella, erótica y al mismo tiempo perversa. Debía desconocer el sexo, pero desearlo ardientemente.

Armando Bo, el precursor del “sexploitation” del cine nacional

La actriz Elsa Daniel, quien por entonces había aparecido en El abuelo (Viñoly Barreto), repesentaba a la perfección este nuevo prototipo: como las rubias de Alfred Hitchcok, era ingenua, diabólica y se las traía. Juntos rodaron Graciela, La caída y La mano en la trampa hasta que Torre Nilsson encontró una nueva estrella, Graciela Borges.

El primer trabajo de Torre Nilsson con Graciela Borges fue Fin de Fiesta, en 1960. Con ella el cineasta fue candidato al Oso de Oro en el Festival de Berlín, pero no sería la única vez. Volvió a convocarla al año siguiente para rodar Piel de verano, con Alfredo Alcón y “la Borges” se consagraría como una de las figuras de primera línea de los años sesenta y con proyección internacional.

Marta González fue la siguiente en la lista. Aunque miope irredento, él perforaba la personalidad de sus actrices y era el primero en ver sus talentos. En el caso de Marta González, le dio el protagónico de una de las películas más perfectas del cine argentino, Boquitas pintadas, cuando para el resto ella sólo era “la actriz del lunar”.

Leopoldo Torre Nilsson
Evangelina Salazar daba perfecto en el rol de la mujercita de un héroe de armas tomar.

Sin embargo, hizo vibrar en Marta González la cuerda exacta para que sonara la infelicidad provinciana de Nené, la protagonista de la novela de Manuel Puig, que juntos adaptaron.

En los 60, supo jugar la carta del reconocimiento europeo y consiguió que Columbia Pictures le produjera y distribuyera tres películas con cartel internacional: El ojo que espía (1966), La chica del lunes (1967) -en la que pudo incluir a la ya consagrada Graciela Borges- y Los traidores de San Ángel (1967).

Un tríptico peleado casi cuerpo a cuerpo con los militares y los censores de turno fue lo más visto del cine nacional hasta entonces. Las escuelas de todo el país hacían su salida educativa del año para llevar a sus alumnados a ver Martín Fierro (1968); El santo de la espada (1970), que convirtió a Alfredo Alcón en el Libertador General San Martín y a Evangelina Salazar, en Mercedes; y Güemes, la tierra en armas (1971) con Norma Aleandro y Alfredo Alcón, unidos hasta el último día por la admiración mutua al director.

Esas tres películas fueron también la causa de que la misma generación que recogió su bandera lo criticara por no haber renunciado a su pasión durante los gobiernos de facto de Juan Carlos Onganía y Alejandro Agustín Lanusse. Podría haberlo hecho –le encantaba escribir cuentos y poemas-, pero eso no pagaba sus enormes deudas, empeños e hipotecas ni tampoco lo mantenía vivo.

Qué curioso: durante el peronismo, no le dejaron que La Tigra (1953) llegara a las salas de exhibición y finalmente la estrenó Nicolás “Pipo Mancera” en sus maratónicos Sábados Circulares. Lanusse y la censura oficial de Miguel Paulino Tato, a quien Nilsson le escribió el guión de la única película que dirigió (Facundo, el tigre de los Llanos), terminaron exiliándolo en España, desde donde finalmente regresó, siempre sin un peso y con su último tiro de gracia, Piedra Libre (Juan José Camero, Luisina Brando y Marilina Ross), para llevarla a los cines, en 1976, como fuera.

José Ignacio Rucci, jamón del medio en la Traviata sangrienta de los 70

Le tocó vivir los tiempos en que un director de cine podía ganar mucho dinero en Argentina. Torre Nilsson, de todos modos, nunca pudo ser rico: el dinero le quemaba en los bolsillos. Era habitual verlo en el Hipódromo de San Isidro; o hacía escapadas diarias al Casino de Mar del Plata o el de Montevideo. A veces tenía suerte, pero muchas otras, perdía. Ha ido en Rolls Royce, y regresado en Renault 4.
Para justificarse, citaba a Rudyard Kipling: “Si eres capaz de jugarle todo a una carta, eres un hombre”. Por eso, los primeros $ 5.500 que ganó con las cartas los puso íntegros en su primer cortometraje, El muro. Tenía apenas 22 años, pero así sería siempre.

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Además de los ya mencionados, entrañables figuras de la escena nacional hoy estarán –o estarían- recordándolo: Isabel Sarli, Mercedes Sosa, Pinky, Mecha Ortiz, Santiago Gómez Cou, Guillermo Battaglia, Diana Maggi, Lautaro Murúa, Norberto Suárez, Héctor Pellegrini, Ricardo Liporace, Susana Brunetti, Bárbara Mujica, Lydia Lamaison, Arturo García Buhr, Osvaldo Terranova, Leonardo Favio,Sergio Renán, María Vaner, Emilio Alfaro, Silvia Montanari, Enrique Kossi, Duilio Marzio, Luis Politti, José Slavin, Leonor Manso, Thelma Biral, China Zorrilla, Raúl Lavié, Juan José Camero, Marilina Ross, Luisina Brando, Evangelina Salazar, Marcela López Rey, Dora Baret , Linda Peretz y tantos más, además de una nómina de celebridades mundiales en su época: Francisco “Paco” Rabal, Alida Valli, Violeta Antier, Janet Margolin, etc.

Es probable que para los de veintipico y tal vez treintaipico –abismo oscuro de los años de plomo mediante- la historia del cine que merece contarse sea la que protagonizan nombres más recientes: Santiago Mitre (Argentina 1985), Armando Bo jr (El último Elvis), Pablo Trapero (El clan), Adrián Caetano (El marginal), Bruno Stagnaro (Okupas), Lucrecia Martel (La ciénaga) y Alejandro Borensztein (Tiempo final).

Sin embargo el boom reciente del cine nacional solo fue posible por quienes los precedieron: Fernando Birri, Fernando Solanas, Juan Bautista Stagnaro; y bastante antes, José Martínez Suárez, David José Kohon, Rodolfo Kuhn, Manuel Antín, Oscar Barney Finn, Sergio Renán, Aníbal Di Salvo, María Luisa Bemberg, Raúl de la Torre y tantos otros que vieron a Leopoldo Torre Nilsson como su fuerza propulsora y en varios casos, incluso su mentor.

Sus películas hablan de la oligarquía, los muros sociales, los prejuicios de clase media, el tabú sexual, los caudillos políticos y la belleza de las cosas simples. Para los conservadores era un inmoral; para los censores, el fruto de la decadencia argentina; para los militares, un mal ejemplo para la juventud. Entendemos...

Un cineasta explica las ficciones del mal llamado cine nacional

“Quiero hacer un cine que tenga patria. Un cine que ande parásito entre las afligentes tinieblas de un mundo en descomposición. Intuyendo, ganando pequeñas y tremendas batallas para el espíritu, gritándonos que el hombre todavía no ha sido derrotado por el hombre. Ajeno a superficiales modismos de presuntas minorías. Vital y sangrante. Vivo y necesario. Ni cine-teatro, ni cine-pintura, ni de vanguardia, ni de masas. Un cine cálido y auténtico, producto de mi soledad, mi oficio y mi tristeza”, escribió como si necesitara declarar sus derechos.

Durante su primer matrimonio con Pilar Barcos, nacieron sus dos únicos hijos, Javier y Pablo Torre, quienes recibieron la herencia más visible de su linaje, el afán por la literatura, el cine y el arte.

Leopoldo Torre Nilsson murió a causa de un cáncer de próstata impiadoso, que acabó con todo el 8 de septiembre de 1978. La nueva sangre cinéfila se sorprenderá al encontrar unas cuantas sorpresas y afinidades en su filmografía. “Las excusas no se filman”, solía decir y es bueno recordarlo antes de ponerse de pie.